martes, 12 de noviembre de 2013

53. Honor

El Helicóptero apagó sus motores, inmediatamente los científicos descendieron del aparato los soldados se pararon firmes e hicieron el saludo militar. Uno de ellos parecía más agitado que los demás, se trataba del raso Alfredo Bambineti que no podía ocultar la emoción inmensa de por fin, después de tantos meses de entrenamiento duro y especial junto con sus compañeros de escuadrón, podía ver a su comandante en persona. Era real, existía, respiraba y hablaba. El comandante era una persona de verdad, y el corroborar ese hecho con sus propios ojos hizo que su rostro luciera la sonrisa más grande e iluminada que en su vida hubiera sido capaz de dibujar: todo le pareció de una belleza tan tenue que ni el viento de la azotea, ni los coros y barullo del público callejero le impidieron contemplar con suavidad la respiración calmada del doctor Pickard, escuchar claramente el aire entrar y salir de ese cuerpo dulce y amable que acababa de bajar del helicóptero. Fue como ver un ángel sonreír. Y fue ahí cuando el soldado Bambineti comenzó a sangrar por la nariz, la camisa de su uniforme poco a poco le quedaba más apretada, el chaleco antibalas no resistió la presión y cayó al suelo, los botones de la camisa cedieron poco a poco y quedo el torso de Alfredito desnudo, palpitante y perturbadoramente hinchado, inflado, rebosante, brillante por la tensión extrema de la piel. Hacía ya rato que Bambineti había perdido la consciencia, y hacía ya rato que la sangre que bajaba de su nariz se había convertido en el fluido rosado y espeso, ansioso y bullente, incontrolable. Un soldado de verdad que dejó su rango bajo y sencillo para obtener instantáneamente el ascenso a la jerarquía más alta que podía aspirar su escuadrón. La medalla entregada: Un derrame de sangre y tripas desparramados sobre los demás soldados, el helicóptero, las fabulosas ropas de los científicos, las batas blancas y gastadas de los doctores y la piel de los demás rehenes salpicadas de jugos, sangre, tripas, piel, huesos, músculos y tendones húmedos todavía calientes y untados de ese líquido rosado y pegajoso que tantos milagros produce últimamente. Todo quedó perfectamente registrado en vivo y en directo por la fiel cámara de su notidiario NotiOcho.

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