jueves, 18 de noviembre de 2010

43. Atrevido.

El sobre marcado con un vistoso "Bienvenido" escrito a mano. "Bienvenido David Benavides a nuestro club. Son hombres y mujeres afortunados los que llegan a ser capaces de vivir de acuerdo a su corazón, los que reconocen y se atreven a actuar persiguiendo un sueño, persiguiendo ese derecho que tenemos desde que nacimos: el derecho a ser amados, el derecho a entregarnos a otro ser humano en un acto infinito de generosidad. Usted señor Benavides está madurando y está comprendiendo por fin qué es amar, qué es abandonar el egoísmo de la individualidad necia. Felicitaciones. Lo esperamos el día 22 de este mes sin falta, en el 523 de la calle Pringles a media noche. Tenemos una sorpresa especial sólo para usted". Fernando terminó de sorber su café amargo-amargo que tanto le gusta. Justo ahí se quedó, a través de la ventana del Café Bar Río, mirándole las piernas a unas niñas que acababan de salir del colegio y esperaban el autobus en la calle. Con su lengua limpió las gotitas de café que permanecían en sus labios.

lunes, 8 de noviembre de 2010

42. Vocación

El sitio estaba repleto de oficiales de policía que acababan de llegar, modificando con sus pasos y sin querer una escena del crimen que resultó más macabra de lo que se podían esperar. Tardaron varios minutos en darse cuenta de que todas las tripas y sangre esparcidas por el piso, pegadas en la pared y colgando del techo pertenecían a la desdichada muchacha cuya cabeza permanecía estática y caliente todavía en el centro de la habitación. El tiempo fue suficiente, no sólo para contaminar las que pudieran ser valiosas evidencias, también para que el intrépido redactor de Crónica, Fernando Bertoli, se inmiscuyera en la historia que estaba presenciando. Así como los forenses tendrían que recoger uno por uno, cada pedazo de carne, cada gota de sangre, cada pegote de sustancia rosada y pegajosa, cada trozo de intestino desparramado, así completaría nuestro periodista, paso a paso, entraña por entraña, la historia despedazada que tenía frente a sus ojos. La cara de la muchacha no se le hizo desconocida del todo, tal vez la llegó a ver en algún bar, café o restaurante de Buenos Aires; tal vez la llegó a desear en alguna discoteca y hasta tocarle, por accidente, alguna de sus nalgas. No se le hacía extraña para nada; continuó. La mirada pegada al piso, rastreando huellas de sangre, y junto a la puerta pesada de algo que parecía comino crespo, abierta totalmente, entre esta y la pared, un sobre rosado, abierto y con una nota en su interior y a medio salir. Bienven... alcanza a leerse en letras cursivas rojas. Algunas manchas de sangre, pero tan solo gotitas, pequeños coagulitos que alcanzaron a caer en el papel pero que no hacían un gran escándalo. Siempre fue un buen ciudadano nuestro querido Fernando, aunque sus artículos amarillos en la prensa rebozaban de imprecisiones, palabras no dichas y hechos muy bien imaginados, a la final la esencia del relato permanecía fiel, según él. Se sorprendió de lo fácil que le resultó agarrar el sobre y, sin que lo viera la ley, llevárselo al bolsillo de su pantalón. Ahora era el único poseedor de evidencia valiosísima, ahora, este caso dependía realmente de su capacidad de deducción. Los detectives forenses entraron furiosos al salón y echaron a todos los presentes que sin ningún escrúpulo acababan de hacerles su trabajo mucho más frustrante de lo que ya era en realidad. Fernando tomó unas imágenes del sitio con su cámara digital, un primer plano de la cabeza de la muchacha a la que probablemente le tocó el culo en algún momento, un plano detalle de unas gotitas sobre una mesa de acrílico que le parecieron bonitas, a una huella de bota marcada con sangre, a las figuras de la puerta pesada de madera y al corredor que conducía a la salida, en contraluz y dando un click que más tarde lo haría sentir orgulloso, la silueta de una anciana paseando su schnauzer afuera. Fernando Bertoli salió caminando, se despidió de los policías y se enrumbó directamente al Bar Río a unas pocas cuadras de allí. Hubiera querido llevarse la cabeza, cada pedazo de tripa para armar en su habitación el rompecabezas que lo acababa de apasionar, pero se llevó más que eso, un nombre escrito en la carta de bienvenida, al parecer el nombre del destinatario: David Benavides. Google se demoró exactamente 0,13 segundos en encontrar tres David Benavides en Buenos Aires.