domingo, 25 de julio de 2010

34. Pre - Sentimiento

Después de tres semanas de no verse el sexo había cambiado radicalmente. David no era el mismo; estaba distraído, apaciguado y casi podría decirse que melancólico. Laura extrañó al hombre y a los gemidos que le arrebataba en cada encuentro genital (genial). Sin esperanzas de encontrar nada satisfactorio, y más que todo por pretender anestesiar el silencio y la frustración que volvían la situación estúpidamente incómoda, Laura preguntó: ¿Qué te pasa? El silencio, o tal vez un escueto "nada" hubieran sido la mejor respuesta que Laura estuviera buscando; pero su rostro quedó perplejo al cruzarse con la mirada brillante de David, ojos encharcados, palpitantes, y una caricia extrañamente suave en la mejilla: ¿Sabés lo que es el Amor? Le preguntó David sonriente...

lunes, 5 de julio de 2010

33. Despedida

David se quedó mirando fijamente los ojos inexpresivos de Maribel que no paraban de observar los suyos, duelo de miradas que duró algunos segundos y en el que salió derrotado cuando le fue inevitable desviar su visión hacia las tetas apretadas y profusas de su examante. Justo en ese instante ella estiró su brazo ofreciéndole un cóctel. La miró de nuevo al rostro y lo recibió, bebió un trago que saboreó al instante, -¿Qué es todo esto?-. Maribel se acercó, sin dejarlo de marcar con sus ojos profundos y posó su dedo índice sobre los labios aún húmedos de David, una señal de silencio que se fue desvaneciendo en caricias suaves y tiernas sobre su boca. Lentamente impregnaba su dedo con el rastro de cóctel que conservaban los labios de él para luego llevarlo hacia su boca y saborearlo con todo el cuerpo y un suspiro largo que levantaba sus senos divinamente. David bebía otro trago sin despegar la mirada de ese bello escote. Maribel abrió lentamente sus ojos, muy despacio acercó su boca carnosa a tan sólo milímetros de la oreja izquierda de él y soltó un susurro profundo que silenciaba la música, las risas y las presencias -Aquí me encontrarás siempre que quieras, aquí estoy para tí-, agarró la mano libre de David y la puso lentamente sobre su cadera, con la otra daba círculos concéntricos sobre el pecho de él. David nunca dejó de mirarla, y su mano instintivamente comenzaba a apretar cada vez más fuerte y acariciar la nalga de Maribel; de repente, la mano se encontró bajo el vestido tanteando los límites: entre las pantimedias de malla y la piel, entre la piel del muslo y la de la cadera, entre el delgado hilo de ropa interior y la vulva completamente húmeda, caliente, palpitante y explosiva. Maribel dejó escapar un suspiro y David bebió otro sorbo de su bebida. Fue cuando descargó la copa vacía sobre la barra que notó el cambio, todos los presentes los miraban fijamente rodeándolos y la música se había detenido; una luz roja se posó sobre ellos y Maribel cayó al piso desmayada. Todo se iluminó de blanco intenso y los ojos de David se deslumbraron, se agachó a atender a Maribel, la cargó en su regazo y pidió ayuda. Nadie se la dió. Maribel comenzó a convulsionar golpeándose violentamente contra el suelo, David intentaba contenerla infuctuosamente -¡¡¡Pero ayúdenme carajo!!!-. Lo único que recibió fue una patada en la boca que lo lanzó al piso. Cuatro de los presentes lo agarraron de manos y pies y lo separaron de Maribel. Por un segundo, las convulsiones de ella se detuvieron, sus ojos estaban llenos de lágrimas, levantó su cabeza y dirigió su mirada hacia el impotente David. Gritó su nombre y siguió pronunciándolo, susurrándolo mientras gateaba lentamente hacia él. David nunca hizo tanta fuerza con su cuerpo, pero ni aún así logró zafarse de quienes lo sostenían; sus ojos también se llenaron de lágrimas y gritó: -¡¡¡Maribel!!!-. La miraba fijamente mientras ella se arrastraba; de repente una nueva convulsión sacudió su cuerpo y un vómito rosado brotó a borbotones de su boca, el ataque volvió y ella comenzó a gritar desesperadamente y a golpearse contra el piso una y otra vez, la cabeza dándose tumbos contra la baldosa era insoportable a la vista y a los oídos. El eco de los golpes cada vez más frecuentes y de los alaridos rompieron a David, el llanto de desesperado se agrandaba por su inmovilidad: -¡¡¡Maribel!!! ¡¡¡Maribel!!!-, seguía gritando el perdedor de David y Maribel seguía revolcándose en el suelo y gritando desgarrada, sangrando por las heridas hechas en el instante, rebozante en esa sustancia rosada y pegajosa que se colaba por su boca, nariz y oídos, halándose los cabellos y arrancándoselos a manotazos, el grito cada vez más agudo, gargareando coágulos. Comenzó a vomitar las tripas, pedazos de intestino y jugos gástricos, el brazo izquierdo se le hinchó en un instante hasta que la piel cedió reventando con sangre y líquido rosado, después la pierna derecha y luego la izquierda; la sangre, huesos deshechos y esa sustancia rosada y pegajosa salpicaron a todos los testigos y David lloraba desconsolado a los berridos. Maribel seguía gritando y vomitando hasta que su tronco explotó lanzando costillas ensangrentadas, pedazos de columna, pulmones y estómago a todo el salón, todos quedaron impregnados de los jugos de Maribel y ese inconfundible color rosa goteando desde los rostros, su cabeza rebotó contra el techo y cayó sobre David que seguía ahogado en sus lágrimas y mocos. Sólo ahí fue liberado, cayendo al suelo, y acurrucándose en sus sollozos, complentamente cubierto de Maribel y abrazando su cabeza fracturada y todavía caliente.