lunes, 25 de octubre de 2010

41. Inspiración

Fernando Bertoli por fin tuvo ante sus ojos la primera historia interesante a lo largo de su corta y recién iniciada carrera de periodista. Hizo sus prácticas profesionales en uno de los diarios que se autoproclaman "serios", y ese año degustó, cada día con más intensidad, la pequeña pero aterradora sinonimia entre ser "serio" y ser "aburrido". Fue por eso que después de obtener el título universitario no hizo más que esperar y presionar sutilmente a que surgiera un puesto de trabajo en el diario en que se había propuesto trabajar, Crónica. Sólo debió esperar tres meses hasta que consiguió su actual empleo de periodista raso en uno de los diarios que en vez de declararse "serio", prefiere declararse "amarillo", y esta honestidad era lo que más le fascinaba. Dos meses yendo de un punto a otro cubriendo riñas, uno que otro asalto de algún kiosko en el conurbano, un choque de alguna viejita con algún taxista y que por algún motivo termina a los disparos; pero nada realmente emocionante. Sentía cómo su olfato periodístico comenzaba a afinarse, a volverse exigente y exquisito: -Esto va estar grande-, se dijo mientras entraba al 523 de la calle Pringles, llena de policías y forenses, caminando con cuidado, paso por paso para no irse a resbalar con la sangre, pedazos de carne y esa sustancia rosada esparcida por doquier. Abrió su libreta de apuntes y, con una sonrisa gloriosa, comenzó a tomar nota sin parar.

sábado, 9 de octubre de 2010

40. Primicia

-Contame más Rubén, no me podés dejar así-, Laura sirvió más vino, la botella se terminó. Rubén se quedó mirándola. -Hace dos meses me ofrecieron investigar una historia que prometía bastante, giraba alrededor de unos hechos acontecidos en el 523 de la calle Pringles, en el barrio de Almagro; la casa estuvo desocupada mucho tiempo y eso era lo normal para sus vecinos, pero de un día para otro empezaron a notar la presencia de extraños personajes, gente que entraba en las noches; algunos, la mayoría, salían antes del amanecer pero otros permanecían allí-. Laura saboreaba su copa de a pocos siguiendo atenta las palabras de Rubén. -De noche se llegaban a oir ruidos desde las casas vecinas, música y en ocasiones gritos; llamaron a la policía en varias ocasiones, pero esta siempre llegaba tarde, nadie les abría la puerta, ya no habían ruidos y no habían motivos suficientes para hacer una redada-. Laura miraba atenta los labios de Rubén. -Una noche hubo más ruido de lo usual, más gritos, más movimiento en la casa; cuando comenzaba a amanecer las puertas se abrieron de golpe y miles de pasos contra el pavimento anunciaban la huída afanosa de quienes permanecían allí adentro; se esparcieron por todas partes, cada uno con un rumbo diferente, imposibles de seguir, aunque algunos testigos afirmaron que una camioneta blanca y de vidrios oscuros se llevó a varios en su interior; la puerta de la casa quedó abierta-. Rubén sacó de su pantalón un paquete de Camel, agarró un cigarrillo, lo sacudió contra su pierna sana y lo encendió. -Los vecinos entraron a la casa, la oscuridad interior les impedía ver, pero cuando por fin encendieron una linterna se quedaron aterrorizados con lo que pudieron apreciar: pedazos de carne por todas partes, tripas, huesos, sangre y esa sustancia rosada y pegajosa esparcida por doquier, y en medio del suelo, la cabeza de una joven mujer, con su cara aterrorizada y los ojos salidos y colgando-.